Crecer en fortaleza

dom, 9 de junio de 2013
La opinión de José Ramón Tárrega. Setmanari Vinaròs, 8 de junio de 2013

Siempre se ha dicho que las adversidades fortalecen el carácter de las personas, o lo que no nos mata nos hace más fuertes. Y esta es la lección que deberíamos aprender de la crisis económica que nos está golpeando con toda su fuerza.

Dejando al margen, pero sin olvidar quien la generó, y dejando también al margen quien la está gestionando,  vamos a situarnos exclusivamente en la forma que la soportamos la sociedad civil, y partiendo de la base que durante estos años de bonanza económica nos hemos apoltronado en exceso y por consiguiente ahora nos resulta mucho más duro el reaccionar con fuerza ante la adversidad.

Para los que ya empezamos a tener una edad, nos imaginamos la España de los años treinta como un país pobre, eminentemente agrícola y minero en donde la vida debía de ser durísima y nada gratificante, básicamente se trabajaba de sol a sol para comer y sobrevivir.

Después vinieron los años convulsos de la república, el exilio de la monarquía, y de una serie de avatares que desembocaron en la guerra civil, y entre los años previos, los años de guerra y los de postguerra, todos los españoles de la época sufrieron en sus carnes el dolor de la muerte, el hambre y la imperiosa necesidad de emigrar a otros países por distintas razones, pero al final el esfuerzo colectivo de una sociedad acostumbrada a sufrir supo salir del pozo de los horrores y empezar a consolidar una nación dividida pero estable, en la que las personas podían ilusionarse en construirse un futuro.

En los años cuarenta y cincuenta, a muchos españoles no se les cayeron los anillos de emigrar a países europeos y sudamericanos para estabilizar su economía familiar enviando remesas de dinero que ayudaron muchísimo y dieron pie a la industrialización de los años sesenta, años en los que la sociedad dejó de ser eminentemente agrícola para empezar a ser un país industrial, de servicios, en el que el turismo aportó la suficiente riqueza para homologarnos como país desarrollado.

Y todo ello no fue un éxito de las políticas ni los gobernantes de turno, el mérito fue de todos los españoles que en lugar de llorar, lamentarse y ejercer de pedigüeños ante las administraciones públicas, hicieron suyo el esfuerzo para salir del atolladero.

Todos sabemos que el lloriqueo, la pataleta, la protesta permanente y que “papá estado” me solucione los problemas, no nos va a llevar a ninguna parte, hemos de ser nosotros, y principalmente los más jóvenes, que son quienes están sufriendo más que nadie las cifras del desempleo, los que han de hacer mayor esfuerzo y que han de saber pelear para conseguirse un futuro que nadie les dará hecho. Hemos de ser conscientes que saldremos de esta crisis, exclusivamente por nuestro propio esfuerzo individual y colectivo, y el que no quiera hacerlo está condenado a vivir en crisis económica y moral permanente.

 

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